Por: Malú Hernández-Pons, líder de Saber Nutrir
Cada 5 de diciembre, el Día Internacional del Voluntariado nos recuerda que las acciones más poderosas no siempre nacen en grandes escenarios, sino en los gestos cotidianos de personas que deciden regalar su tiempo para mejorar la vida de otros. El voluntariado tiene esa cualidad única: nace del querer y no del tener que. Surge de la convicción personal de que vale la pena detenerse, mirar alrededor y hacer algo, por pequeño que parezca, para que nuestro entorno sea un lugar más justo, más humano y más esperanzador.
En Saber Nutrir lo vivimos recientemente en la Escuela Primaria Tratados de Teoloyucan, en el Estado de México, donde 45 voluntarios, colaboradores de Grupo Herdez y aliados externos, se reunieron para acompañar a una comunidad escolar que, como muchas en el país, mantiene un enorme compromiso por salir adelante. Entre todos sumamos 180 horas de trabajo. Y aunque podríamos enlistar las actividades realizadas como pintar algunas áreas, dar mantenimiento al huerto escolar, realizar talleres de activación física para más de 700 niñas y niños, lo verdaderamente valioso ocurrió entre líneas: en las risas de los niños, en el orgullo de ver un espacio que, con dedicación, cobra nueva vida.
El voluntariado tiene esa magia: transforma, pero también nos transforma. Cambia los espacios, sí, pero sobre todo cambia la manera en que los vemos. Quien participa en una jornada como ésta regresa a casa distinto, con una mirada más amplia y una sensibilidad más despierta sobre las realidades de nuestro país. Descubre que, detrás de cada aula, cada huerto o cada actividad, hay historias que necesitan ser escuchadas y acompañadas. Y entiende que el impacto va más allá de lo tangible. A veces, el simple hecho de estar, de sumar manos y escuchar, ya abre posibilidades.
Por eso, más que detenernos en cifras o actividades específicas, vale la pena reconocer el valor colectivo de estas jornadas. El voluntariado cobra sentido cuando individuos, con perfiles, experiencias y motivaciones distintas, se unen con un propósito en común. En cada iniciativa, se genera un efecto multiplicador: la suma de voluntades fortalece a las comunidades, impulsa espacios que requieren apoyo y, al mismo tiempo, contribuye a construir una cultura de participación social más sólida.
«El voluntariado no es un gesto aislado: es una forma de entender la responsabilidad social desde lo humano»
Estas acciones también muestran que la solidaridad no es un acto extraordinario, sino una práctica cotidiana que puede cultivarse dentro y fuera de las organizaciones. Cuando grupos de colaboradores, aliados y ciudadanos deciden involucrarse, se crea un ecosistema donde el compromiso social se vuelve parte del día a día, no sólo una actividad aislada o de calendario.
Desde esta experiencia, también surge una invitación. A las empresas, sin importar su tamaño, les digo: impulsen sus programas de voluntariado. No importa si comienzan con cinco personas, diez o mil. Lo esencial es empezar. Los programas crecen con el tiempo, se fortalecen con la constancia y encuentran su sentido cuando se conectan con las necesidades reales de las comunidades. Cada compañía tiene algo que aportar: tiempo, talento, creatividad o simplemente la decisión de involucrarse.
El voluntariado no es un gesto aislado: es una forma de entender la responsabilidad social desde lo humano. Es recordar que las transformaciones profundas comienzan con acciones sencillas y sostenidas. Que nadie cambia el mundo solo, pero todos podemos cambiar algo cuando actuamos juntos.
Este 5 de diciembre, celebremos el voluntariado honrando a quienes participan y animando a más gente y organizaciones a sumarse. Porque cuando una comunidad recibe apoyo, el impacto es evidente. Pero cuando una sociedad entera adopta la cultura del voluntariado, el cambio se vuelve imparable.










