Compartimos esta nota como colaboración con el Grupo de Acción Climática, un equipo interdisciplinario que busca impulsar la agenda hacia una mitigación y adaptación efectiva del cambio climático. Este proyecto es desarrollado por Mauro Accurso y si te gustó su contenido puedes suscribirte para recibirlo semanalmente en este enlace.
Por Glenn Hurowitz,
CEO de Mighty Earth
A medida que la Amazonia sufre otra ola de deforestación, en el Sudeste Asiático podemos encontrar un plan para detener la explotación descontrolada. Allí, las campañas de presión sobre las empresas y la mejora del monitoreo gubernamental finalmente están desacelerando la devastación causada por la industria del aceite de palma.
La Amazonia está ardiendo otra vez. Las tasas de deforestación están en su nivel más alto en 13 años. En junio, la cantidad de incendios reportados aumentó 20% con respecto al mismo período del año pasado, cuando la quema de la Amazonia dominó los titulares globales.
Causada en gran medida por la quema para despejar tierra para la industria de la carne, esta destrucción está provocando la extinción de la vida silvestre, el desplazamiento de comunidades indígenas y la liberación de grandes cantidades de gases de efecto invernadero. En la Amazonia y en todo el mundo, el otro gran impacto de la deforestación ha quedado en evidencia: arrasar con ecosistemas nativos y acortar la distancia entre las personas y la vida salvaje es el principal factor de riesgo de enfermedades que pasan de los animales a los humanos y probablemente está relacionado con la pandemia actual (al igual que antes estuvo conectado con el ébola y el sida). Además, la neblina tóxica producida por la deforestación y los incendios asociados genera que la población sea mucho más vulnerable a enfermedades respiratorias como el coronavirus.
Si bien el impacto que tiene la crisis de deforestación de la Amazonia es severo y dramático, también es evitable. Al observar lo que pasa al otro lado del mundo, podemos aprender que es posible transformar la industria privada y mejorar la gobernanza para reducir drásticamente la deforestación.
En el Sudeste Asiático, la mala fama ambiental de la industria del aceite de palma es bien merecida. En apenas unas cuantas décadas, ha quemado y arrasado con más de 77 mil kilómetros cuadrados de los bosques de la región, reemplazandolos con plantaciones de monocultivos para producir aceite vegetal, jabón y biocombustibles baratos. En el corazón de la zona de cultivo de palma aceitera en Indonesia y Malasia, se puede volar en un jet y a varios kilómetros en el aire, mirar por la ventana y ver únicamente palmeras aceiteras que se extienden por el horizonte en lo que solía ser el hábitat de orangutanes y tigres. Para muchos, esta deforestación es mucho más que una estadística: representa a decenas de comunidades indígenas desposeídas de sus tierras y sus medios de vida.
Sin embargo, a pesar de los importantes desafíos y riesgos que persisten, un análisis de la organización no gubernamental Chain Reaction Research muestra que la deforestación por el aceite de palma se desplomó de 400 mil hectáreas al año a menos de 100 mil hectáreas por año durante los últimos tres años. Si bien sigue siendo demasiado, es un descenso notable. En términos climáticos, es como limpiar la contaminación de más de 80 centrales eléctricas de carbón. Y hay muchos orangutanes, canguros arborícolas y otros animales en peligro de extinción que están vivos hoy debido a este progreso.
La mejora es posible en gran parte porque la deforestación no es necesaria para el crecimiento de la agricultura: hay más de 400 millones de hectáreas de tierra previamente deforestada en todo el mundo donde se puede expandir la agricultura sin amenazar los ecosistemas nativos. De hecho, la mayor parte de la expansión agrícola ya sucede en estas tierras, y solo una minoría de productores se expande a través de la deforestación.
La industria del aceite de palma logró avances sustanciales porque sus clientes e inversionistas la obligaron a hacerlo. Las empresas dueñas de las plantaciones necesitan clientes y recursos internacionales para financiar sus operaciones. Al enfrentarse a las intensas campañas de las ONGs que muestran su complicidad en la deforestación y los abusos a los derechos humanos, decenas de empresas como Unilever y Dunkin’ Donuts adoptaron políticas para prohibir las compras a proveedores que deforestaron para aceite de palma. Eso sentó las bases para la acción.
El monitoreo por parte de la industria, el gobierno y ONGs como la nuestra es la principal herramienta para hacer cumplir las reglas. Cada mes, nuestra organización Mighty Earth utiliza monitoreo satelital y análisis de la cadena de suministro para vigilar las concesiones de aceite de palma en Indonesia y zonas de Malasia en busca de deforestación. Posteriormente envía alertas públicas a las principales compañías que compran aceite de palma.
En general, las empresas actúan en un plazo de dos a tres semanas con base en la información, cancelando contratos o interviniendo con sus proveedores para detener la deforestación. Si no lo hacen, compartimos esta información con sus clientes e inversionistas. Con este escrutinio, incluso las compañías de aceite de palma más grandes y prominentes saben que la deforestación y el acaparamiento de tierras son incompatibles con mantener o ampliar el acceso al mercado.
La producción de aceite de palma libre de deforestación se ha generalizado. Si bien hay una decena de empresas que continúa deforestando más de 1000 hectáreas (los malos actores incluyen al grupo Samling de Malasia y al grupo Mulia Sawit Agro Lestari -MSAL– de Indonesia), es un grupo relativamente pequeño en comparación con las cifras de hace unos años.
Este progreso, si bien incompleto, está basado en el hecho de que los clientes y los inversionistas están mandando una clara señal: si recurres a la deforestación para obtener aceite de palma, estás fuera. Las compañías saben que pocos consumidores quieren comprar una barra de jabón o comer una galleta que está relacionada con la destrucción del hábitat de un orangután o el robo de tierras de una comunidad indígena.
Hay indicios de que estos cambios del sector privado, combinados con la preocupación nacional por la deforestación y los incentivos de los donantes internacionales, también contribuyeron en algunos casos a una mayor, aunque inconsistente, acción gubernamental a favor de los bosques. Las empresas que durante años presionaron y sobornaron para lograr una aplicación más laxa de las normas ambientales comenzaron a adoptar voluntariamente políticas más estrictas y, de repente, tuvieron un incentivo para asegurarse de que sus competidores estuvieran sujetos a las mismas políticas que ellos.
Como resultado, en los últimos años, en Indonesia el gobierno ha llevado a cabo diversas políticas a favor de los bosques: el fortalecimiento de una moratoria de 2011 sobre deforestación, la re-humidificación de cientos de miles de hectáreas de turberas ricas en carbono, y la suspensión de las licencias para nuevas concesiones de aceite de palma. Cuando estallaron los incendios forestales el año pasado, la administración del presidente Joko Widodo actuó rápido para cerrar más de 60 concesiones donde ardía el fuego y movilizó al ejército para ayudar.
La combinación de la acción del sector privado y del gobierno contribuyó a una disminución significativa de la deforestación en Indonesia: en 2019 alcanzó sus niveles más bajos desde 2003, según datos de Global Forest Watch. Sin embargo, el panorama no es del todo esperanzador. Tras los indicios de que el gobierno indonesio pudiera estar desviando fondos para la prevención y extinción de incendios como parte de su respuesta a la COVID-19, las alertas de incendio del laboratorio Global Land Analysis and Discovery (GLAD) de la Universidad de Maryland y el análisis de Greenpeace sugieren que la deforestación ilegal en el país se disparó este año. El parlamento de Indonesia también está considerando un proyecto de ley que podría desmantelar protecciones ambientales clave, amparándose en los esfuerzos de recuperación de COVID-19. Entre otros cambios, esta legislación eliminaría los permisos ambientales obligatorios, removería los recursos legales para que las comunidades afectadas puedan oponerse a nuevos proyectos por motivos ambientales, y liberaría a las empresas de la responsabilidad legal por incendios en sus áreas de concesión.
Un análisis de Madani, una ONG de la sociedad civil de Indonesia, encontró que la legislación propuesta podría eliminar las protecciones legales para los bosques en muchas de las provincias del país. Estas desalentadoras novedades demuestran el riesgo permanente de retroceso, pero no significa que el progreso sea imposible. De hecho, estos desafíos nos recuerdan la necesidad de mantener una continua vigilancia y presión.
El Sudeste Asiático es solo un ejemplo del potencial de este modelo. En África, bajo la presión de campañas similares, la deforestación en Ghana y Costa de Marfil se redujo a la mitad el año pasado, en gran parte gracias a que la industria del chocolate finalmente comenzó a cumplir sus compromisos de dejar de abastecerse de cacao de parques nacionales y áreas protegidas. La industria del caucho y los neumáticos se unió a la sociedad civil para comprometerse a lograr un progreso similar en los lugares del mundo donde se cultiva caucho, especialmente en el Sudeste Asiático y África Occidental.
Incluso en el Amazonas brasileño, la industria de alimentos para animales se adhirió a una moratoria sobre la deforestación para soja desde 2006, y menos del 1% de la soja de la región se cultiva ahora en tierras recientemente deforestadas, incluso mientras la propia industria se expandió dramáticamente.
Pero más allá de los avances, no lograremos controlar la deforestación o el cambio climático de forma más amplia, hasta que la industria de la carne cambie, o la gente disminuya drásticamente su consumo de carne. La carne es, por mucho, el principal impulsor de la deforestación: en conjunto, el ganado y la alimentación animal generan más deforestación que todos los demás commodities combinados. La inmensa mayoría de esta deforestación se concentra en América del Sur. El fracaso del presidente brasileño Jair Bolsonaro para hacer cumplir las protecciones ambientales exacerbó la negligencia de las grandes empresas cárnicas.
Algunas de las mismas empresas que han puesto en marcha políticas para eliminar la deforestación y el abuso de los derechos humanos por el aceite de palma, el papel y el cacao, se han negado a hacerlo cuando se trata del negocio multimillonario de la carne.
Los grandes vendedores de carne como Costco, Stop & Shop y Groupe Casino de Francia se comprometieron a actuar contra la deforestación. Escribieron cartas formales, llevaron a cabo reuniones y manifestaron su preocupación a los proveedores de carne. Pero una presión sutil no es suficiente para persuadir a las grandes compañías cárnicas para cambiar.
Incluso después de múltiples revelaciones sobre su complicidad en la deforestación, los incendios y el acaparamiento de tierras, los líderes de la industria cárnica Cargill y JBS desestimaron impunemente los pedidos de cambio de sus clientes y siguieron comprando a los mismos proveedores que fueron descubiertos quemando. El año pasado, la jefa de operaciones comerciales y cadena de suministro de Cargill, Ruth Kimmelshue, me dijo que su compañía simplemente no creía que sus clientes se tomaran en serio las preocupaciones ambientales porque, a pesar de sus lamentos y el historial de Cargill, seguían comprando miles de millones de dólares de sus productos.
Por ejemplo, McDonald’s prometió actuar contra la deforestación pero sigue siendo uno de los mayores clientes de Cargill. De hecho, McDonald’s actúa esencialmente como un escaparate de esa empresa. Cargill no solo brinda pollo y carne de res al gigante de la comida rápida, también prepara y congela las hamburguesas y los McNuggets, y los envía a McDonald’s que luego solo los recalienta y los sirve. La cadena de supermercados Ahold Delhaize (propietaria de Stop & Shop, Food Lion, Giant, Hannaford y otras marcas) también expresó su deseo de actuar contra la deforestación. Sin embargo, lanzó un proyecto conjunto (joint venture) de 100 millones de dólares con Cargill en 2018 para operar una nueva planta empaquetadora de carne de 18500 m² en Rhode Island para abastecer las tiendas de Ahold Delhaize en EE. UU. La cadena también compra cientos de millones de dólares en carne a JBS, uno de los mayores impulsores corporativos de la deforestación en Brasil.
Pero esta ceguera deliberada puede estar a punto de cambiar. En diciembre, Nestlé anunció que dejaría de comprar soja de Cargill Brasil, aunque aparentemente estaba dispuesta a seguir haciendo negocios con Cargill de manera más amplia. Y este verano, Grieg Seafood excluyó explícitamente a Cargill de un bono verde de 105 millones de dólares debido a las preocupaciones sobre las prácticas de deforestación de la empresa. Si más empresas le ocasionan consecuencias comerciales a sus proveedores, la crisis evitable de una Amazonia en llamas podría ser algo del pasado. Como demuestra la experiencia en otras industrias, los agronegocios simplemente no les es redituable deforestar si sus clientes no se lo permiten.
Ha pasado un año desde que la quema de la Amazonia apareció en los titulares de la prensa mundial, y las grandes marcas aseguran que están comprometidas con la eliminación de la deforestación desde hace por lo menos una década. Sin embargo, se han limitado a expresiones gentiles de preocupación en lugar de acciones efectivas. Y sabemos que los deforestadores continuarán con su business-as-usual mientras sus negocios sigan siendo lucrativos.
Para terminar con la destrucción, debemos lograr que no sea rentable. Al igual que con el aceite de palma, el punto débil de los deforestadores son sus clientes: supermercados y proveedores con un supuesto compromiso con la sustentabilidad y una reputación que mantener frente a sus consumidores. Es poco probable que el comprador promedio haya oído hablar de Cargill, pero elige en qué tienda comprar. Tiendas como Costco o las marcas de Ahold Delhaize dependen de la confianza de sus clientes, quienes no quieren asociar sus nombres con la destrucción de la Amazonia.
Entonces, ya sea por una dedicación sincera o como consecuencia de la creciente presión de las ONG y sus propios consumidores, las empresas deben terminar con los llamados gentiles y comenzar a cancelar contratos. Cuando estos negocios cambien, habremos dado un paso más hacia una transformación más amplia de la industria.
Artículo publicado originalmente en YaleEnvironment360.
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