No, no es que me encante el encierro, o que ya haya afectado mi salud mental al grado de volverme agorafóbica.
Lo que sí es cierto, es que estas semanas de reclusión me han permitido a mí, y puedo afirmar que a muchos más, reflexionar y darnos cuenta de que las cosas pueden ser distintas. Que sí podemos prescindir de cosas o actividades a las que antes nos hubiera parecido casi imposible renunciar, con efectos importantes en nuestras relaciones, nuestra economía y nuestra huella ecológica.
De igual forma, he encontrado en mi círculo más cercano, pero también en muy diferentes ámbitos de la sociedad, un gran número de iniciativas solidarias, muchas provenientes de grupos antes poco involucrados en estos temas, que demuestran una toma de consciencia colectiva de lo mucho que podemos hacer por los otros.
Y es esto lo que quisiera que pudiéramos conservar, a nivel personal y comunitario, pero también como sociedad en su conjunto, cuestionando las relaciones de poder, estructuras e instituciones que nos han llevado al punto de deterioro social y ambiental que habíamos ya normalizado, cuando nos cayó la pandemia.
Quizá por eso mi relectura en estos días de algunos textos de teóricos del decrecimiento, como Latouche y Demaría, que hablan de la necesidad de deconstruir gran parte de los conceptos que, afirman, nos han llevado a una interminable carrera hiperconsumista y depredadora del medio ambiente, a fin de establecer una sociedad más frugal, humana y equitativa.
Reconocidos pensadores, como Vincenç Navarro, critican esta corriente afirmando que sobresimplifica las cosas poniendo todo en blanco y negro, partiendo de visiones románticas e idealizadas de estadios incipientes de desarrollo en algunas comunidades, oponiendo a esta pintura bucólica la barbarie del progreso, sin imaginar alternativas diferenciadas para un crecimiento consciente de sus implicaciones sociales y ambientales.
No voy a detenerme más en una discusión teórica que lleva más de 30 años, pero sí quiero apuntar hacia la posibilidad de imaginar construcciones sociales alternativas, que desde uno y otro extremo se plantean. Un New Deal Social, pero también Verde, afirmaba Navarro hace unos días, que nos lleve a redireccionar la inversión y actividad económica, poniendo en el centro a las personas y atendiendo a sus efectos en el medio ambiente.
Y no son los únicos. Académicos y activistas en todo el mundo llaman a aprovechar la oportunidad que nos brinda una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes para, en la etapa de recuperación, intentar resolver de fondo problemáticas estructurales que hemos venido acarreando y agravando en las últimas décadas.
En este orden de ideas, hace apenas unos días un grupo de 170 académicos de distintas universidades de los Países Bajos publicó un manifiesto de cinco puntos que apunta justo en este sentido: “1) …apartarnos del desarrollo centrado en el crecimiento del PIB para diferenciar entre sectores que pueden crecer y requieren inversión (los llamados servicios públicos críticos, energía limpia, educación, salud…) y sectores que necesitan decrecer radicalmente debido a su insustentabilidad fundamental o su papel en el impulso del consumo continuo y excesivo (…petróleo, gas, minería, publicidad…); 2) un marco económico enfocado en la redistribución, que establezca un ingreso básico universal enraizado en un sistema de política social universal…; 3) transformación de la agricultura hacia una regenerativa basada en la conservación de la biodiversidad…; 4) reducción del consumo y los viajes…; 5) cancelación de deuda, especialmente de trabajadores y pequeños empresarios y para países del sur del globo…” (Puede leerse completo en este enlace).
Podemos estar de acuerdo o no con los planteamientos de estos y otros académicos, pero resulta sumamente interesante, y esperanzador, resaltar la creciente inquietud por generar modelos diferentes de relacionamiento entre nosotros y con el medio ambiente.
Las fallas estructurales que la pandemia ha dejado al desnudo en nuestras sociedades han avivado la discusión y tal parece que esta etapa, en que la incertidumbre parece ser la única constante, ha resultado ser un gran momento para cuestionar a fondo los términos de las relaciones que hemos establecido como humanidad. Hagamos lo propio para rescatar lo aprendido y, por favor, no volvamos a la normalidad.