Por: Malú Hernández-Pons
Líder de Saber Nutrir en Grupo Herdez
Cada año, al acercarse el regreso a clases en septiembre, millones de infantes y jóvenes en México acuden a las aulas cargando mochilas llenas de útiles escolares, ilusiones y expectativas. Para muchos, este momento representa la esperanza de un futuro mejor; para otros, un desafío más dentro de un entorno que no siempre favorece el aprendizaje. En esta época, vale la pena recordar que la educación no es tarea exclusiva del sistema escolar. También es, y debe ser, una causa compartida por todos los actores sociales, incluidas las compañías.
Hablar de responsabilidad social empresarial nos invita a mirar más allá de los negocios y a preguntarnos: ¿qué oportunidades estamos sembrando para el futuro?, ¿cómo acompañamos el desarrollo de las comunidades desde la raíz?, ¿estamos apostando por una transformación real y duradera o sólo paliando emergencias?
La educación es uno de los caminos más poderosos para romper ciclos de pobreza, impulsar la equidad y fortalecer el tejido social. Como lo plantea el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4, garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad es clave para construir sociedades más justas. Pero no basta con construir aulas o donar libros. La verdadera contribución está en generar capacidades, empoderar, formar ciudadanos críticos y conscientes. Está en conectar la teoría con la vida cotidiana, en enseñar desde la pertinencia cultural y en abrir espacio para las voces que históricamente han sido excluidos del diálogo educativo.
Hoy más que nunca, necesitamos una educación con propósito. Una formación que no se limite a cumplir con un programa, sino que responda a las necesidades reales de las comunidades: ¿cómo producir alimentos sin dañar el entorno?, ¿cómo emprender sin migrar?, ¿cómo cuidar la salud desde la nutrición?, ¿cómo aprovechar los recursos locales de forma sostenible?
Desde las organizaciones, el compromiso puede tomar muchas formas: programas de formación técnica en comunidades rurales, apoyo a maestras y maestros locales, becas con enfoque de género, alianzas con universidades o espacios que fomenten habilidades blandas como la empatía, la colaboración o la resolución de conflictos. El punto clave es que cada acción educativa esté alineada a un propósito mayor: construir un futuro más justo y resiliente para todas y todos.
También es momento de reconocer que muchas veces el acceso a la educación no depende sólo de un aula disponible, sino de condiciones básicas que la rodean: alimentación adecuada, transporte seguro, acceso a tecnología o acompañamiento familiar. Ahí es donde las empresas pueden sumar con una mirada integral, colaborando con organizaciones locales, instituciones educativas y gobiernos para construir entornos que realmente favorezcan el aprendizaje. La educación no puede florecer en el vacío, necesita tierra fértil, cuidados constantes y compromiso colectivo.
En este periodo, mientras se preparan los pizarrones para llenarse de fórmulas y palabras nuevas, se abre una gran oportunidad para que las corporaciones se pregunten cómo están contribuyendo a fortalecer ese proceso educativo. Porque formar parte del regreso a clases no significa sólo entregar materiales escolares, sino comprometerse con los sueños que esas mochilas llevan dentro. En la educación está la semilla de todos los cambios que queremos ver. Apostar por ella no es un gasto, es una inversión ética, social y estratégica. Y, sobre todo, es una forma poderosa de honrar nuestra responsabilidad compartida.