Por Mónica Manzanilla,
Certified Fundraising Executive, es vicerrectora de Avance Institucional en CETYS Universidad
Aún existen muchos millones de jóvenes que no tienen acceso a una educación superior. Entre los muchos obstáculos para ingresar a una carrera universitaria, pueden encontrarse factores económicos y sociales, pero uno muy directo es la falta de capacidad de las instituciones públicas del país para dar cabida a todos los aspirantes.
Ante ello, las universidades privadas cumplen un papel importante para alcanzar su misión de brindar oportunidades de educación y promover generaciones mejor calificadas de mexicanos hacia un futuro cada vez más complejo. De acuerdo con el Sistema Interactivo de Consulta de Estadística Educativa para el Ciclo Escolar 2022-2023 de la Secretaría de Educación Pública (SEP) existían 4 millones 32 mil estudiantes inscritos en el nivel superior en todo el país. Entre ellos, 2.86 millones estudian en una entidad pública, mientras que 1.17 lo hacen en una entidad privada.
Esta oferta privada significa un costo considerable para las familias, que hacen un esfuerzo por destinar una parte importante de sus ingresos a la educación de sus hijos. Sin embargo, en medio de ambos sistemas de educación superior, quedan miles de jóvenes que no tuvieron acceso a las universidades públicas, y tampoco cuentan con los recursos para ingresar a las instituciones privadas.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Inserción Laboral del INEGI, entre los egresados de nivel medio superior en 2019 –unos 2.9 millones de muchachas y muchachos–, hasta 1.3 millones trataron de continuar sus estudios, pero no pudieron hacerlo, mientras que otros 600 mil simplemente decidieron no seguir estudiando. Es decir, a nivel nacional los niveles de deserción de los estudiantes cursando una carrera profesional puede alcanzar hasta un 10% y si esta tasa la acumulamos en un período de 4 años, significa que aproximadamente de cada 100 estudiantes que inician estudios profesionales, solo llegarán a graduarse menos de la mitad.
Debido a ello, la filantropía educativa tiene un gran potencial de crecimiento en México, con efectos multiplicadores que son transformadores de sociedades.
Grandes endowments y donativos individuales
La filantropía enfocada en la educación es muy conocida y practicada en otros países, y en Estados Unidos la información es abundante e ilustrativa. De acuerdo con el reporte anual del Consejo para el Apoyo y Desarrollo a la Educación (CASE), las donaciones al sistema educativo alcanzaron la suma de 59,500 millones de dólares en 2022, un 12.5% más que el año anterior.
Esta enorme cantidad proviene de tres fuentes: las organizaciones, con el 61% de los donativos. Los exalumnos de las universidades aportan hasta 23%, mientras que los individuos no relacionados con los estudios superiores donan el 16% restante. Esto refleja el enorme trabajo que las instituciones han hecho con sus egresados, que no dudan en aportar recursos para quienes vienen atrás.
Hay que señalar que las donaciones al sistema educativo estadounidense se suelen hacer ya sea directamente al apoyo de las universidades para fines operativos o de inversión, o bien a través de endowments, una especie de fideicomisos dedicados, cuyo único fin es generar beneficios financieros para fondear algún aspecto de la institución de educación superior.
La proliferación de estos endowments a través de las décadas ha contribuido a que el esfuerzo de financiamiento a la educación superior se vuelva prácticamente permanente, trascendiendo individuos y organizaciones, más allá del término de su vida. Es frecuente en estos casos que las familias se vuelvan donadores habituales de una institución, por varias generaciones.
La cultura de dar es un área de oportunidad para México. En ello las universidades tenemos que jugar un rol más activo, no buscando donativos, sino comunicando de forma clara y contundente nuestra misión. Al respecto, al igual que cualquier otra empresa, debemos definir claramente nuestro propósito, una razón de existir que va más allá de simplemente impartir educación o hacer investigación.
En esta tarea, todos los miembros de una comunidad universitaria son voceros potenciales de su propósito. Aquellas instituciones que funcionen únicamente como un establecimiento frío donde se imparta educación, sin crear un auténtico sentimiento de comunidad, no podrán nunca generar una estructura adecuada para la filantropía educativa.
Hacia el exterior, es preciso unir esfuerzos con otras instituciones, para fomentar una mayor cultura filantrópica en México. Sabemos por experiencia que en otros países la cultura del “dar” está muy extendida, con ciudadanos haciéndose cargo del funcionamiento de bibliotecas, centros de salud, escuelas y universidades. La percepción generalizada es que una donación local contribuye al avance de la comunidad, lo cual redunda en un mejor ambiente para que el donante viva y se desarrolle.
Los pasos que hay que dar van en este orden: crear comunidad, motivar, informar y, finalmente, agradecer. Sólo las instituciones que logran establecer esta relación con sus alumnos y organizaciones donantes pueden conocer la gran satisfacción que produce mirar a los ojos y decir: Gracias.