Colaboración de: Nora Méndez,
directora de Fundación Aliat de Aliat Universidades
A poco más de un año del reporte sobre los primeros casos del nuevo coronavirus en China y a 10 meses desde su declaración como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, el 11 de marzo del 2020, los saldos que ha ido dejando alrededor del mundo resultan ya devastadores.
La crisis de salud ha puesto al descubierto la precariedad de los sistemas sanitarios de un gran número de países, incluido el nuestro, en tanto los impactos económicos del confinamiento forzoso lo han hecho al desnudar la insuficiencia o falta total de sistemas de protección social en las distintas naciones.
Así, la combinación de factores ha arrasado con los avances alcanzados en múltiples indicadores de bienestar alrededor del mundo, provocando un retroceso de hasta 20 años y, sobre todo, lanzando a cientos de millones de personas más a vivir en condiciones de pobreza. Esta crisis, afirma Oxfam en su último reporte El virus de la desigualdad,podría pasar a la historia como la primera en incrementar la desigualdad de manera simultánea en prácticamente todos los territorios.
Actores como Kristalina Gueorgieva, directora general del Fondo Monetario Internacional, han alertado sobre la gravedad del tema, afirmando “que el incremento de la desigualdad generará agitación social y económica, dando lugar a una generación perdida en la década del 2020…” con consecuencias que perdurarán en las siguientes.
Por citar solo un dato, de acuerdo con Oxfam, el impacto económico de los cierres educativos, en términos de reducción de la generación de ingresos en el futuro, se sitúa entre el 3% y el 15% del futuro PIB.
Y es que los estragos que está dejando la pandemia son especialmente graves en el ámbito educativo, en la medida en que han dejado a millones de niños y jóvenes alrededor del mundo, especialmente mujeres, fuera de las aulas, ya sea por carencia de recursos para enfrentar la educación a distancia, por el ensanchamiento de los rezagos académicos o por falta de recursos económicos de sus familias.
En este punto, no solo hablamos de niños y jóvenes que han suspendido temporalmente la asistencia a la escuela sino, en muchos casos, de aquellos que dejaron para siempre sus estudios para incorporarse anticipadamente al mercado laboral, con conocimientos y herramientas insuficientes, que les condenarán a empleos precarios a lo largo de su futuro laboral.
Hablando de México, si se encontraba ya rezagado en la mayoría de los indicadores educativos con respecto a los demás países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), ubicándose en muchos casos en los sitios más bajos, los efectos de la crisis actual le han hecho retroceder incluso en aquellos más básicos, como lo es la cobertura en los diferentes niveles educativos.
Si bien aún no se cuenta con datos oficiales del número de niños y jóvenes que no continuaron sus estudios en el ciclo escolar 2020-2021, en agosto pasado la Secretaría de Educación Pública estimó que, desde el inicio del cierre de escuelas en marzo de 2020 a la conclusión del ciclo escolar pasado, 10% de los estudiantes de educación básica y 8% de educación superior habían abandonado la escuela, lo que equivale a alrededor de tres millones de niños y jóvenes que se vieron forzados a dejar su formación en apenas tres meses.
En cuanto al porcentaje de jóvenes alumnos de educación superior que no regresarían a las aulas para el ciclo escolar 2020-2021, las proyecciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) fueron para nuestro país de un 15.5%.
En el marco del Día Internacional de la Educación, el pasado 24 de enero, el Secretario General de la ONU afirmaba “la educación, como derecho fundamental y bien público mundial, debe ser protegida para evitar una catástrofe generacional”.
Así de grave y así de grande la necesidad de actuar de manera pronta y decidida. Si bien este llamado debe ser especialmente escuchado por los gobiernos, la magnitud del problema social y sus derivadas en temas como seguridad y economía nacional, pero también en las esperanzas de millones de niños y jóvenes alrededor del mundo, deben llamarnos a la acción a todos.
Es por nuestros hijos. Es por nuestro futuro.
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