Colaboración de: Nora Méndez,
directora de Fundación Aliat de Aliat Universidades
Hace unas semanas, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) publicó los resultados del Índice de la Tendencia Laboral de la Pobreza (ITLP) y de la Pobreza Laboral al tercer trimestre de 2020, mostrando ya los primeros efectos reales de la pandemia, que no resultaron mejores de los que habían previsto expertos de ésta y otras instituciones en meses pasados.
De acuerdo con el estudio, el porcentaje de población en pobreza laboral, esto es, aquella cuyo ingreso es menor al valor de la canasta alimentaria, se incrementó de 38.5% en el tercer trimestre de 2019 a 44.5% en el de 2020, mostrando un aumento en 28 de las 32 entidades federativas.
En este periodo, el ingreso laboral promedio disminuyó 6.7% a nivel nacional, con casos dramáticos como el de Quintana Roo, Baja California Sur y Sonora, con caídas promedio de 27.4%, 21.1% y 19.3% respectivamente.
Dicho de otra forma, al cierre de septiembre, 56.5 millones de personas en nuestro país, no podían adquirir la canasta básica con el ingreso proveniente de su trabajo, alrededor de ocho millones de personas más que en el mismo ciclo el año anterior.
Los números nos son útiles para dimensionar la magnitud del problema, pero nos hacen también correr el riesgo de olvidarnos de que, detrás de cada uno de estos, están las historias de vida concretas de personas de carne y hueso que no logran satisfacer sus necesidades básicas y las de sus familias, a pesar de sus esfuerzos.
Delatan el tamaño de una tragedia en curso, que vino a agravarse con la crisis del coronavirus, pues parece ya no decirnos nada el repetir que la mitad de los mexicanos vive en condiciones de pobreza, cerca de 20% de los cuales se encuentra en pobreza extrema. ¿Qué clase de país somos si nos mantenemos indolentes ante ello?
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Los gobiernos tienen, por mandato que les establecemos nosotros como ciudadanos, la responsabilidad fundamental de procurar el bienestar de la población, atendiendo de manera prioritaria a quienes más lo necesitan. Sin embargo, no es sólo con discursos o decretos con los que ello se logra, sino a partir de políticas públicas y programas que, efectivamente, generen oportunidades para las personas, así como las capacidades para aprovecharlas.
Ante la escasez de recursos y tamaño de los desafíos, debemos vigilar con especial atención su trabajo, pero también buscando la forma de aportar nuestra parte, e insistir en hacerlo, por mucho que se cierren los caminos.
Es mucho lo que los sectores privado y social podemos hacer para remontar esta situación. El primero, en la medida en que genere y preserve fuentes de empleo de calidad, con pago y prestaciones justas, pero también reconociendo el potencial de las empresas como entidades tractoras del desarrollo, abriendo de manera proactiva oportunidades para grupos sociales excluidos o desfavorecidos, al integrarlos en sus propias cadenas de valor.
Desde el segundo, el social, tomando un papel mucho más relevante en la movilización de actores, la generación de oportunidades y el direccionamiento estratégico de la inversión social, a partir del conocimiento y experiencia en la atención de necesidades inmediatas y la promoción de iniciativas de impulso comunitario, en las que reconoce a los beneficiarios como actores principales de su propio desarrollo y no como meros objetos de atención o mascotas.
Y quizá, sobre todo, aportando la capacidad que tiene el Tercer Sector en el tejido de esfuerzos en torno al bien común, haciendo evidente que los problemas públicos son responsabilidad compartida, por lo que deben abordarse de manera que todos, desde la trinchera en que nos encontremos, podamos colaborar a resolverlos.
Lo primordial es que, desde los tres sectores y con una lógica de respeto, reconozcamos cuánto aporta cada uno y cuánto nos necesitamos unos a otros para llevar a cabo nuestro cometido.
Nuestro país vivía ya una terrible situación de desigualdades y exclusión que la situación actual a raíz de la COVID-19 vino a profundizar. De lo más intimo a lo global, las crisis que nos ha traído el coronavirus nos han llevado a cuestionarlo todo, haciendo caer la pintura que estaba cubriendo esas grietas en nuestra construcción social, evidenciando la fragilidad de este arreglo en el que vivimos y lo impostergable que resulta enfrentar sus desafíos.
¿Tu organización es socialmente responsable y trabaja a favor de la sostenibilidad?