Por: Caleb Palma
Alimento Para Todos
Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la COVID-19 como una pandemia en marzo de 2020, la parálisis económica ha venido deteriorando junto al mercado global, el bienestar económico de las infancias de México, simultáneamente se ha visto afectada su salud física y mental, no solo por la cantidad de contagios, sino por los cambios estructurales que supuso el cierre de escuelas en una cuarentena que se prolongaría, por al menos dos años en la mayoría de los países.
Aún hoy no se tienen cifras claras, y es presumible que el impacto negativo se siga resintiendo en los siguientes años ya que el mundo entra en el tercer año de una crisis infantil global post pandemia a la que se suman el conflicto por los recursos y las emergencias climáticas.
Algunas cifras, estiman que a partir de la crisis provocadas por la COVID-19, hubo un incremento del 10% en infantes que se han visto obligados a vivir en la probreza; al mismo tiempo, las líneas de ayuda de salud mental han experimentado un aumento de la demanda hasta 7mil% más y alrededor del 2.8% de las y los niños del país siguen sin asistir a la escuela de manera regular, lo cual ha redundado en un incremento del abuso infantil, tanto en el ámbito doméstico como en el mundo virtual.
Tomar en cuenta los datos mencionados implica reconocer una problemática que demanda atención urgente a nivel global en la población infantil y adolescente. Si bien, durante la emergencia sanitaria, mucha de la información médica apuntaba a considerar que infancias y adolescencias eran menos proclives a la infección por la COVID-19, también es cierto que dicha pandemia generó una serie de cambios en la sociedad que afectaron los distintos contextos, modificando la forma en que niñas, niños y jóvenes se relacionan con su entorno.
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Desde el aumento de la violencia en los núcleos familiares, producto del confinamiento y con particular incidencia en niñas y adolescentes, hasta el deterioro de la salud mental en las infancias que comenzaron a presentar síntomas de estrés y depresión debido a los cierres de los centros escolares y la privación de espacios de interacción en niñas y niños de la primera infancia; la llamada «nueva normalidad» generó un intersticio donde la calidad de vida de niñas, niños y jóvenes se ha visto menguada.
Frente a este panorama que puede resultar desalentador, es importante reconocer a las y los actores comunitarios que puedan permitir reinsertar a las infancias y adolescencias en un contexto amable para enfrentar las distintas fracturas post pandemia, desde transitar por los duelos familiares, la falta de interacción con otras y otros e incluso la violencia y la deserción escolar, pues en numerosos estudios se ha informado sobre la reducción de la calidad de vida, problemas emocionales, aislamiento social y síntomas de ansiedad y depresión incluyendo ideas suicidas.
Dotar de herramientas a niñas y niños para narrar(se) desde su posición contextual, implica generar espacios de escucha y de convivencia para volverles protagonistas de una realidad de crisis que nos engloba a todos, pero que deja en estado de mayor vulnerabilidad a los más jóvenes.
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