Por: Bernardo L.
Director ejecutivo de Alimento Para Todos
Aproximadamente 4.8 millones de mexicanos no han comido hoy y tal vez no lo harán en el resto del día. De acuerdo con cifras publicadas por la FAO, el 3.7% de la población total en México enfrenta inseguridad alimentaria severa. Además de esto, de acuerdo con el mismo reporte, la inseguridad alimentaria en diferentes grados la experimenta 26.1% de la población mexicana, es decir, casi 3 de cada 10 personas.
Desde hace décadas, el hambre y la desnutrición han sido problemas serios y persistentes en nuestras comunidades. Las oportunidades de ingreso son limitadas debido a un mercado laboral bajo tensión, a las barreras educativas y a la discriminación. Aunado a esto, el shock económico inducido por la COVID-19 ha agravado la inseguridad alimentaria al reducir los ingresos y alterar las cadenas de suministro, lo que ha llevado a una recuperación económica desigual.
En ciertas áreas del país, la emergencia climática es otro impulsor del hambre, con regiones enteras afectadas por sequía, desertificación o temperaturas extremas. Frente a todo esto, los márgenes fiscales del país para responder, así como la estrategia presupuestal han resultado limitados.
Es así que, los efectos del hambre y la inseguridad alimentaria continúan siendo una amenaza tangible y demasiado cercana para millones de personas en México, principalmente mujeres y niños. En este contexto, los esfuerzos de la sociedad organizada se han convertido en pilares de apoyo cuyos servicios son cada vez más cruciales para el bienestar de grupos vulnerables y comunidades en riesgo de pobreza alimentaria.
Durante 27 años Alimento Para Todos ha trabajado con la convicción de que los alimentos pueden ser agentes de cambio. Para abordar el hambre y sus causas, la Institución ha emprendido campañas de vinculación en el sistema alimentario con el objetivo de erradicar el desperdicio de alimentos y al mismo tiempo destinar excedentes y otros donativos a quienes más lo necesitan.
Pese a todos los avances que se han conseguido en mejorar la línea de bienestar de grupos, familias e individuos beneficiados a lo largo de las últimas décadas, aún queda mucho por hacer y no tenemos tiempo que perder. El Sistema de Indicadores de Primera Infancia (SIPI) en México, indicó que cinco de cada 10 menores de seis años viven en pobreza. Las consecuencias en el desarrollo y la calidad de vida a largo plazo de esta población pueden ser catastróficos. Frente a la incertidumbre, la inflación, los conflictos y el hambre, uno de los recursos más valiosos es la solidaridad.
Los bancos de alimentos operan intensivamente para recuperar el alimento en riesgo de ser desperdiciado, sin embargo, esta labor implica el compromiso de donantes, aliados, voluntarios y gestores comunitarios. Alimento Para Todos reafirma la importancia de un compromiso compartido con la construcción de un sistema alimentario que funcione para todos.
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