Por: GenÉthico
La pobreza mata. Directamente, sin tapujos ni grandes aspavientos, la pobreza en España, mata. Lo enfatizamos ya que normalmente, cuando pensamos en pobreza se nos vienen a la mente imágenes de niños africanos desnutridos, con la barriga hinchada. Sin embargo, en nuestro país, nuestro barrio o, incluso, puede que en el otro lado de nuestra calle, hay personas que mueren solo por el hecho de ser pobres.
Afirmaciones tan dolorosas como la que hizo la epidemióloga, Ana Gandarillas, sólo nos transmiten la importancia que tiene en nuestra salud la pertenencia a una clase social y también el acceso a una educación de calidad.
La experta quiso poner solo un ejemplo centrado en el cáncer de pulmón, ella afirmó que “cuanto más pobre sea una zona, más casos de cáncer de pulmón habrá en hombres y cuanto más rica sea una zona, más casos de cáncer de pulmón habrá en mujeres”.
Esto sucede en España. Su afirmación aparece tras la publicación del nuevo mapa de mortalidad español donde aparecen los datos del periodo 1996-2015, el cual se ha desarrollado barrio a barrio en 26 ciudades, las cuales concentran el 25% de la población española.
Madrid es una prueba de ello. El tabaquismo del s.XX surgió como un modelo difusor de innovaciones y es por ello que empezaron a fumar los hombres adinerados, después los hombres de clase media, a continuación las mujeres adineradas y, después, todas las demás. Las consecuencias de ello las vemos ahora donde el mayor riesgo de sufrir un cáncer de pulmón en mujeres se encuentra en el Paseo de la Castellana y el Paseo de La Habana.
¿Cómo mata la pobreza en España?
El nuevo mapa de la mortalidad en España es el más detallado de la historia. Los datos son escalofriantes y nos afianzan la idea de que la pobreza mata. Son 15 las causas de mortalidad estudiadas. Por enumerar solo algunas, se han contemplado el cáncer de mama, la cirrosis, el cáncer de pulmón o la diabetes.
El resultado del estudio demuestra que existe un mayor riesgo de morir por las 15 causas estudiadas cuando se vive en barrios pobres. El patrón se reproduce una y otra vez en todos los puntos del país y hace alusión a la privatización socioeconómica.
El estudio nos desmonta la idea de que no es un problema de poblaciones marginadas, sino que las personas enferman y mueren de forma gradual según la clase social. Es decir, una persona tendrá más posibilidades de padecer una enfermedad que la persona que se halle directamente por encima en la jerarquía social. Es como si percibiéramos esta jerarquía como una gran escalera con infinidad de peldaños, aunque dos personas se hallen en una misma clase social, quien más pobre sea más riesgo tiene.
Según el último informe de Intermón Oxfam, nacer en un barrio humilde de Barcelona disminuye la esperanza de vida de las personas hasta en 11 años. 11 años de diferencia es lo que podríamos marcar casi a ciencia cierta en la partida de nacimiento de un niño nacido en el barrio de El Raval frente a un niño nacido en Pedralbes.
En este mapa de mortalidad también podemos localizar ciudades como Sevilla, donde el barrio de Bami con zonas verdes y viviendas lujosas, tan solo está separado del barrio de las Tres Mil Viviendas, uno de los barrios con mayor pobreza de España, por una vía de tren. Una vía del tren condiciona tu vida y también tu muerte.
Prioridades
Las palabras y las ideas pueden cambiar opiniones, visiones del mundo, pero el ejemplo y la acción lo transforman. Hablamos, formamos, conversamos, discutimos, acordamos, nos lamentamos, pero… ¿actuamos?
Nos referimos a actuar de verdad. Existe un verso de una canción que seguro muchos conocerán, que decía:
“Dar solamente aquello que te sobra nunca fue compartir sino dar limosna”.
Las limosnas de nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento y nuestro dinero, no solucionan el problema, solo alargan la agonía. Somos conscientes que el cambio empieza por uno mismo, por un esfuerzo tanto intelectual como físico que nadie ve, que no aparece en las portadas de ningún periódico ni hace que te inviten a colaborar en ninguna ponencia o, ahora, en ningún webinar. Sin embargo, son esas acciones del día a día las que cambian el modelo.
No te conformes con la información que te llega, investiga, pregunta, implícate. Seguro que en tu bloque o en tu barrio, alguien lo está pasando mal.
¿Si no lo hacen quiénes lo tienen que hacer, qué voy a poder hacer yo? Seguro que alguna vez se nos ha pasado esta idea por la cabeza, la hemos utilizado como argumento en una conversación o la hemos recibido. Pero contestar con esta pregunta solo afianza la necesidad que existe de cambiar nuestras prioridades, de volver a fomentar la empatía y la coherencia en nuestra vida.
Esa pregunta es una reflexión cobarde y cómoda. Cuando se usan expresiones como “quienes deben hacer las cosas”, mayoritariamente se hace referencia a la clase política. No obstante, recordemos algo: todos elegimos ejerciendo nuestro derecho al voto. Los políticos también han sido niños criados y educados en diferentes entornos socioeconómicos. Por tanto, también se han criado en una sociedad con desigualdad estructural. ¿Cómo explicamos a los niños que deben esforzarse para conseguir sus objetivos cuando en el día a día se premia la actitud del mínimo esfuerzo? ¿Por qué existen expertos en gestión emocional y en trabajo colaborativo en las empresas? ¿Será que como adultos necesitamos fomentar el trabajo en equipo porque de pequeños se fomenta la competitividad individual? ¿Por qué podemos hablar desde GenÉthico de ética empresarial, acaso no debería ser la máxima por la que se rija la iniciativa empresarial?
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¿Qué debemos hacer?
Son muchos los mensajes que durante la pandemia están aludiendo a la idea de que “juntos somos más fuertes”. Esto es síntoma de que, en algún momento, hemos perdido el norte. Es entonces cuando hemos pensado y formado una sociedad desde la idea absurda e ingenua de la autonomía individual. No nos cansaremos de decir que somos la especie más sociable del planeta, somos seres interdependientes y eco-dependientes. Necesitamos de la naturaleza en estado puro y sin intervención humana para sobrevivir. Y necesitamos a otras personas para vivir durante toda nuestra vida.
Las rutinas son difíciles de cambiar, pero reflexionando un poco sobre las acciones que desempeñamos en un día, podemos evaluar la cantidad de cosas que se pueden hacer para mejorar la sociedad. Debemos recuperar el espíritu observador de los niños, salir a la calle como si nunca hubiéramos paseado por nuestro barrio. Mirar hacia arriba, contemplar las fachadas de los edificios, el color de los árboles, si queda algún nido de pájaro o el devenir de los transeúntes. Ese ejercicio puede posicionarnos en un momento en la perspectiva de que somos uno más de todo ese enjambre y que, sin embargo, juntos podríamos formar la colmena perfecta.
Este artículo fue publicado por GenÉthico, lea el original aquí.
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