Por: Horacio Rodríguez Vázquez, Gerente Senior Operaciones e Impacto a Escala, Centro Internacional de la Papa (CIP)
Para muchas personas es claro que el Amazonas es el pulmón del planeta y que, por tanto, su conservación es fundamental en la lucha global contra el cambio climático. Pero, siguiendo con la misma analogía anatómica, es prácticamente desconocido que las venas y arterias de nuestro planeta están precisamente en los Andes. Y así como un pulmón no funciona sin las arterias que hacen que la sangre fluya llevando suficiente oxígeno, los ecosistemas amazónicos no funcionarían sin el agua y otros servicios ecosistémicos que provienen de los paisajes altoandinos.
Los ecosistemas de turbera andinos (páramo, puna y bofedales) cubren una superficie de 3.371 millones de kilómetros cuadrados y son reconocidos desde hace tiempo como «esponjas de agua», proporcionando un amortiguador y una garantía para la seguridad hídrica en las tierras bajas. Contribuyen al origen del río Amazonas, así como al suministro de agua potable en ciudades como Bogotá y Quito, sólo por mencionar algunas.
Pero los Andes nos proveen de mucho más que agua. Esta región alberga la mayor biodiversidad de montaña del planeta, preserva una riqueza histórica y cultural incomparable, nos provee de fibras textiles como la alpaca y vicuña, y es el centro de origen de “superfoods” de gran valor nutritivo, como la quinoa, el tarwi, la maca, la kiwicha y la cañihua, entre otros.
Por si esto fuera poco, los ecosistemas altoandinos son fundamentales para mitigar los efectos del cambio climático a nivel global. De acuerdo con Rod Chimmer, investigador de la Universidad Tecnológica de Michigan, las turberas andinas almacenan mucho más carbono en el suelo que otros ecosistemas. De hecho, representan la mayor reserva de carbono subterráneo en América Latina, almacenando casi tanto carbono por hectárea como la selva amazónica.
A pesar de su alto valor para evitar que las temperaturas sigan aumentando, precisamente el incremento de temperaturas resultado del cambio climático es una de las principales amenazas para estos ecosistemas, generando una especie de círculo vicioso. De acuerdo con Stef de Haan, investigador del Centro Internacional de la Papa (CIP), muchos productores de papa han trasladado su producción hacia las partes más elevadas de las montañas andinas para evitar los impactos de las temperaturas más altas en el rendimiento y calidad de sus cultivos. En promedio, la papa se cultiva hoy 350 metros más arriba en comparación con la altitud media en la década de 1970. Esto ha traído como consecuencia mayores emisiones de carbono a la atmósfera, el cual había sido almacenado en los suelos altoandinos intactos por milenios.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), los ecosistemas de turbera como los que se encuentran en los Andes cubren solo el 3% de la superficie de la Tierra pero almacenan el 30% del total del carbono bajo el suelo. Y la degradación de estos ecosistemas para destinar las tierras a la agricultura, silvicultura u otros usos del suelo (sector AFOLU) emite casi una cuarta parte del total de emisiones de dióxido de carbono generadas por dichas actividades.
Por esta razón, los Andes deberían estar en el centro de la agenda climática global. Sin embargo, hasta la fecha ha habido una falta de acción coordinada, gestión del conocimiento e intercambio regional, con las potenciales implicaciones negativas para la seguridad alimentaria, la seguridad hídrica, la mitigación y adaptación al cambio climático.
Los Andes son un laboratorio vivo que nos permitiría investigar los efectos del cambio climático a partir de innovaciones basadas en la ciencia y los conocimientos ancestrales de productores y comunidades indígenas. Las lecciones provenientes de los Andes podrían ayudar al mundo a prepararse mejor para el futuro.
En ese sentido, existen algunas acciones en marcha como “Acción Andina” de Global Forest Generation y la “Iniciativa Andina” del CIP, las cuales pretenden justamente resaltar la importancia de esta región para mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C, al mismo tiempo que se conserva la riqueza en términos de biodiversidad y se promueven dietas más saludables.
Recordemos que nuestro cuerpo, al igual que nuestro planeta, son sistemas donde todo está interconectado. Desde una perspectiva sistémica, lo que ocurre en el Amazonas afecta a los Andes – como por ejemplo los incendios forestales recientes en la amazonía que han incrementado el deshielo de los glaciares andinos. Y viceversa. Lo que ocurre en los Andes afecta al Amazonas y, en términos de emisiones de gases de efecto invernadero y cambio climático, nos afecta a todas y todos en todo el mundo.
Por eso, la próxima vez que pensemos en salvar al Amazonas, demos primero una mirada a lo que está ocurriendo en los Andes.