Valeria Towns vive entre dos junglas: una de asfalto con más de 20 millones de personas, Ciudad de México, y la otra es la Selva Lacandona, en el estado de Chiapas, (cerca de la frontera con Guatemala). Mientras seis meses al año cruzaba el río Lacantún para llegar a su casa entre cocodrilos y algún tucán, los otros seis atravesaba raudales de coches. Valeria se dedica a llevar los resultados del proyecto a las políticas públicas y al monitoreo de los jaguares, pero tras varios años siguiéndoles la pista, se ha dado cuenta que es el jaguar quién la sigue a ella.
En la selva Lacandona, en México pero frontera ya con Guatemala, se ubica la reserva de Chahul, donde habita el felino más grande de América. El jaguar está en peligro de extinción, pero no es fácil llegar a él. Estés donde estés, te esperan varias horas por carretera donde los baches y los socavones son tan presentes como las palmeras. El cuerpo jamás se llega a acostumbrar, uno arriba con los huesos fuera de sitio, con los músculos desentonados y con el pie del freno dormido. La piña natural y el agua de coco que te venden los niños es lo único reconfortante que encuentras por el camino.
Una vez llegas a Chahul, pregunta por la Casa del Búho. Es este hombre, a quién le picó una víbora unos años atrás, quién te lleva en lancha hasta la reserva. Por el río Lacantún, algún cocodrilo, algún zopilote y con suerte algún hermoso tucán se asoma a curiosear, y tras una media hora de camino, es cuando llegas al puente de madera. De frente, ya te encuentras con la reserva, en donde los biólogos se dedican a la conservación principalmente del jaguar y de las guacamayas rojas. En varias casas prefabricadas vive Valeria con sus compañeros varios meses al año. Nada de internet, nada de cobertura. Sólo la selva y tú.
Pronto ves a las guacamayas rojas volando, Chahul es de las únicas reservas del mundo donde estas aves vuelan en libertad. Tras comer cacahuates alzan el vuelo, siempre de dos en dos, y es entonces, cuando abren esas alas espectaculares que dejan sin habla.
Ante el creciente robo de los huevos de las guacamayas (una cría se vende en el comercio ilegal entre los 1,000 y los 2,000 dólares), Rodrigo, biólogo que se dedica a su cuidado, duerme con las crías en su habitación, “una noche entraron a la reserva y nos robaron varias crías”. Estos bebés son especialmente feos. ¿Pero y el jaguar?
150 jaguares que no se dejan ver
A pesar de que se han contabilizado unos 150 jaguares en este manchón de selva, siendo la segunda población más importante del país, Valeria que lleva 9 años siguiéndoles la pista nunca ha visto uno de frente.
El monitoreo lo hace a través de una serie de cámaras trampa ubicadas en lugares estratégicos. Estudia su comportamiento “sus marcajes, cómo se aparean, identificamos a los individuos. También sabemos que cada uno tiene un patrón de manchado que es único y entonces podemos decir que este es fulanito o menganito”. Valeria asegura que te reconocen, “son capaces de saber este es el humano X o este es el Z”. “Son ellos los que te descubren a ti. Me pasa muy a menudo que cuando estoy de regreso observo que encima de mis huellas están las del jaguar. También he visto en las cámaras que sólo 3 o 5 minutos después de mí, ha estado el jaguar y vemos cómo me está oliendo, cómo me está curioseando y sé, a partir de esa experiencia que se ha repetido muchas veces, que de repente les gusta seguirte y seguro te conocen. Pero nunca los he visto directamente, no me dejan verles”.
Una profesión peligrosa
“El jaguar es como una muy buena herramienta de conservación, porque es muy atractivo y carismático. Además, ocupa grandes ámbitos de territorio así que si quieres proteger una población de jaguares al mismo tiempo estás protegiendo el ecosistema y esas especies. Estamos, pues, ante una especia emblemática y “sombrilla” porque protege a otras especies que viven adentro de su rango hogareño” y justo es este ímpetu por no solo conservar a los animales sino el territorio lo que les llevó a vivir la mayor pesadilla en la reserva: el secuestro en el 2014 de una de sus compañeras, Julia Carabias, quien ocupaba ese entonces el cargo de secretaria de Medio Ambiente.
Mientras a Valeria y a otros compañeros los dejaron encerrados en una de las casas prefabricadas a Carabias la encadenaron durante dos días. Todavía no se sabe quién fue, lo que sí se conoce es que para su liberación pidieron 10 millones de pesos (más de medio millón de euros).
La labor por la lucha de la conservación de esa tierra, explica Towns tiene que ver, por un lado con los recursos que “como ONG son limitados” y además la amenaza está latente, “porque ante un robo las probabilidades de que la persona termine en la cárcel son pocas”.
Estamos ante una población con un grado muy alto de marginación y aquí nos vemos obligados a priorizar según el contexto que tenemos. Aquí, por poner un ejemplo, podemos anillar a todas las guacamayas pero vamos a terminar todos nuestros recursos anillando a 100 guacamayas y 300 que se fueron en un cargamento ilegal. Por lo tanto, como es más importante que estén las aves, no anillamos. Te dije, es cuestión de priorizar”.
En lo que se refiere a conservación y en comparación con otros países, Towns explica que México tiene varias décadas de retraso: “Estamos en el ¡espérense!, primero que nadie lo toque”. Pero es la falta de legislación, el contexto y el estado de marginación en esta zona fronteriza lo que hace muy difícil de tener esquemas conservación sólidos. Además, “ahora estamos los que nos dedicamos a la conservación del medio ambiente muy vulnerables, le estorbamos a algunos mega proyectos de refinería o por ejemplo el del tren maya. Nos ven como “radicales” en contra del desarrollo. Sin embargo, lo que pretendemos es que se nos consulte, que analicen viabilidades y que pudiéramos proponer estrategias de mitigación”.
Esto es mío
En México las reservas no pertenecen al Gobierno Federal, sino a cada una de las comunidades que habitan en la región. El tema de la tenencia de las tierras marca toda la diferencia según la bióloga, porque no hay quién diga eso de “esta reserva, según decretó el Estado no se puede tocar“, en México, la visión es distinta: La tierra pertenece a las comunidades y son ellas las que deciden el uso de su suelo (sólo en la selva Lacandona existen indígenas de más de 5 etnias distintas).
“A muchos les cuesta ver el beneficio gradual de la conservación y quieren una compensación económica rápida”. Es por esto que es común en la carretera ver talas de palmeras, se debe a la comercialización del aceite de palma (en la industria de cosméticos, alimentaria etc) sin pensar en la pérdida de calidad de suelo que va a conllevar dentro de un futuro próximo.
El guardia contó que a las cinco de la mañana avistó al jaguar “allá en el puentecito, mija”, a escasos metros de las reserva. Cuando salieron los biólogos ya se había esfumado. Valeria madrugará muchas veces más hasta que logre verlo.
¿Qué es lo primero que haces cuando llegas a la selva?
Respiro hondo y pienso: ya estoy en casa.
¿Y lo primero que haces cuando llegas a la Ciudad de México?
Encender mi celular.