Por: GenÉthico
La vida humana tiene precio. Le ponemos valor a todo. ¿Cómo no íbamos a hacerlo con la vida humana? Lo hacemos también con la vida del resto de los animales del planeta y si, serán muchas las personas que pensarán que una vida humana vale más que la vida de otro animal, pero…¿quién determina que una vida humana vale más? ¿Los humanos? No parece muy justo. Existe un claro conflicto de intereses, ¿no?
En cualquier otra circunstancia no podríamos tomar esa decisión. Sin embargo, nos creemos con suficiente autoridad como para determinar que una vaca merece ser criada y matada para nuestro alimento, ropa o calzado o que una orca puede vivir en un acuario para nuestro disfrute.
Asimismo consideramos y decidimos que un perro es el “mejor amigo” del hombre y puede vivir con nosotros, en nuestro hogar, pero eso sí, pagamos por la raza que nos gusta y nos importa poco si la madre de nuestro adorado cachorro “vive” enjaulada y su único fin es parir.
¿Todo tiene un precio?
También existe una modificación de nuestras vidas, de nuestras rutinas en función del precio de las cosas. La expresión coloquial de “todo tiene un precio” deja en evidencia que hasta aspectos fundamentales para la vida, los cuales están por encima del valor de la moneda, se pueden tarifar en la sociedad actual.
La absurdidad y la ambición humana llegan a límites insospechados. La tierra, el agua, el sol o el cielo, también tienen precio. Pero…¿para ponerle precio a algo no se necesita ser el dueño de ese producto o servicio?¿A quién pertenece el sol? ¿Y el espacio? ¿Cómo puede un gobierno permitirse poner a sus ciudadanos un impuesto al sol cuando intentan ser autosuficientes en materia de energía renovable?¿Cómo puede una sola empresa enviar cientos de satélites al espacio cambiando completamente el paisaje para todas las personas del planeta, incluso para la investigación científica?
Hemos llegado incluso a ponerle precio a los sentimientos. Creemos que la felicidad consiste en tener una casa determinada, llenar el armario con ropa nueva cada nueva temporada o llevar la última versión de un móvil de última generación porque claro, la versión de hace 3 meses se ha quedado obsoleta.
¿Qué precio pagamos?
Realmente no somos conscientes del tiempo que invertimos en conseguir el dinero que necesitamos para comprar todos esos productos. Como bien decía Mujica: “No pagamos las cosas con dinero sino con el tiempo de nuestra vida.”
Desgraciadamente, la mayoría de las personas ni siquiera trabajan en un área que les guste ni les apasione. Por lo que además de invertir muchas horas de tu vida en tu trabajo para conseguir dinero, lo has pasado mal en el camino. Y todo ello, ¿para qué? Para “regalarlo” a una compañía que te ofrece un producto con una vida útil ridícula. La famosa obsolescencia programada.
El propio hecho de no valorar realmente nuestro tiempo también es asignarle un precio a la vida humana. Nuestro teléfono no vale 1.500 euros, nuestro teléfono vale unas 240 horas de nuestra vida. Hemos hecho este cálculo partiendo de que el salario medio en España no llega a los 1.000 euros mensuales en una jornada de 40 horas semanales. Por lo que la mayoría de las personas gastarán mucho más tiempo de VIDA.
Diferencias a nivel mundial
Siguiendo esta premisa de la diferencia salarial, es cierto que la vida humana no tiene el mismo precio en todo el mundo. Arrebatarle la vida a alguien a través de un sicario, en algunos países del mundo, ronda los 20 euros. Sin embargo, en países europeos, se estima que encargar un asesinato suele costar unos 4,000 euros y, lo peor de todo esto, es que si hay tarifas es porque hay mercado.
Cuando se habla del precio de la vida humana solemos pensar en las épocas de esclavitud con una mirada pasada, como si en la actualidad no existieran infinidad de formas de esclavitud. La trata de mujeres y niños a nivel mundial con fines sexuales, los trabajos forzados y la explotación, vulneran los derechos humanos de unos 25 millones de personas en todo el mundo. Por no hablar de la compra-venta de niños para adopciones. Hay informes de grandes organizaciones de ayuda humanitaria que hablan de la impresionante movilización de recursos y personas de algunas organizaciones criminales que tras una catástrofe natural, como los terremotos o tsunamis, aprovechan el caos y la desaparición de miles de personas para secuestrar a menores y usarlos como mercancía, bien para tráfico de órganos, explotación sexual, explotación laboral o adopciones.
Y ¿qué decir de nuestro mar mediterráneo? Se ha convertido en un cementerio en estos últimos años. Desde el año 2013, han muerto en el Mediterráneo entorno a 36.800 personas. Y hemos llegado a un máximo histórico en cuanto al número de refugiados y desplazados a nivel mundial llegando a la friolera de 79,5 millones.
Si esto no es ponerle precio a la vida humana, solo se nos ocurren otros adjetivos como crueldad, injusticia, prepotencia, ignorancia, interés y un largo etcétera.
La salud, otra área crítica
La salud es otro de los puntos donde podemos identificar claramente el precio de la vida humana. En algunos países, como España, disfrutamos de la sanidad pública universal. Sin embargo, esto no es algo común en el resto del mundo. Los costes de la privatización de la sanidad son innumerables, pero sí que tienen un denominador común y es que las consecuencias siempre las sufren los más vulnerables. ¿En qué momento se decidió que una persona puede o no recibir atención médica en función de su capacidad económica? ¿Acaso las personas eligen enfermar? Los elementos esenciales para la vida humana hay que preservarlos, cuidarlos, democratizarlos y, sobre todo, HUMANIZARLOS.
No son sólo cifras
Todo son cifras, cifras enormes que nos separan de la realidad de esas personas con nombres y apellidos, con familia, con sueños a los cuales se les arrebató la oportunidad de vivir con dignidad, con paz, con bienestar. Sabemos que esas personas nunca leerán estas líneas, pero a todos ellos les decimos:
No conocemos vuestro nombre ni vuestro rostro, pero os podemos dibujar en nuestra mente, a todos y cada uno de vosotros. Dicen que al ser humano se le diferencia del resto de los animales por su capacidad de ponerse en el lugar del otro y sentir las mismas emociones que está experimentando la persona que vive las circunstancias. Empatía es la palabra que lo define. Pues bien, el ser humano ha perdido su empatía, ha perdido su humanidad y debemos recuperarla. Todas las vidas humanas importan y nadie debería decidir lo contrario.
Y para todos los que piensan que la vida humana vale más que otras vidas, que lo demuestren.
Demostremos que somos capaces de crear un entorno y una sociedad global donde las vidas de todos merezcan la pena ser vividas.
Este artículo fue publicado por GenÉthico, lea el original aquí.
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